Doce días de ocupación viajera
nos esperan. Doce días hacia Levante, buscando la Cruz, ese lignum crucis que
se haya en Caravaca desde época templaria. Estas notas no serán un diario de
viaje, o quizás sí, pero no en el sentido preciso del término, sino como parte
de las vivencias acaecidas sin compromiso de ser un relato kilométrico.
Caravaca; Ciudad Santa de la
Cristiandad, una de las cinco del mundo en las que se puede ganar el jubileo,
será el faro que nos ilumine en nuestro camino. Esta ruta la usaron ya miles de
peregrinos antes que nosotros y ahora figura de nuevo entre las grandes rutas
de peregrinación de la Cristiandad.
Comenzamos este camino por el
amor que mueve a la Vera Cruz de Caravaca, a nuestra tierra y a la bicicleta.
Con esta última recorreremos este camino de ochocientos cincuenta kilómetros y
diez mil metros de desnivel acumulado. Doce jornadas en las que visitaremos
setenta y cinco poblaciones, de los antiguos reinos de Navarra, Aragón,
Valencia, Castilla y Murcia.
Dejaremos alejarse hacia Poniente
el camino jacobeo y siguiendo los principales enclaves templarios nos
dirigiremos hacia el sur, desde Puente la Reina, recorreremos la vertiente
oriental del Arga hasta enlazar con la ribera del Ebro y llegar a Tudela. La
vía verde del Tarazonica nos aproximará a las estribaciones del Moncayo, ya en
tierras aragonesas. Por cañadas y veredas llegaremos a la cuenca del río
Isuela, barrancos y parameras nos conducirán a Calatayud. La cuenca del Jiloca
nos guiará hasta Calamocha, y por los desolados páramos de Bañón y Camañas
accederemos a la cuenca del Alfambra, que nos conducirá hasta Teruel. El padre
Turia nos acompañará hasta Ademuz, y por los páramos del Pinar a la almenada
Moya. Ya en las sierras conquenses buscaremos la cuenca del río Ojos y los
campos de Utiel y Requena. Atravesaremos el Cabriel y el Júcar por la Manchuela
albaceteña, posteriormente el altiplano murciano. Cruzaremos el Segura, para acceder
a la agreste Moratalla, y llegar a nuestro destino en Caravaca de la Cruz.
Así; setecientos años después,
como modernos templarios, nos encaminaremos a este centro de culto que
representa la antigua bailía caravaqueña, con la misma fe que ha unido a miles
de peregrinos a lo largo de la historia, por encima de diferencias culturales e
intereses nacionales. Este sentido cristiano no será obstáculo, más bien al
contrario, para que miles de personas recorran este camino, con los más
diversos intereses, pero siempre unidas por esa huella que el camino deja en
todo peregrino de pertenecer a una comunidad universal.
Mariano Vicente, Murcia abril de
2013